Si quieres un relato idílico, ya te digo yo que éste no va a ser el sitio para leerlo.
Mi historia no va de un momento random en el que sentí que tenía que ser psicóloga.
Tampoco va de traumas infantiles los cuales me llevaron a elegir esta profesión.
Todo fue mucho más simple.
Sí que recuerdo que en el colegio me recomendaron que estudiase un módulo de formación profesional. Por lo visto, según los test del momento, no daba el perfil de universitaria.
Aquello lo recuerdo a posteriori con cierto cariño, pues sé que fue una de las cosas que me impulsaron a querer más.
Me sentí cosificada y definida. Por supuesto, me rebelé.
Mi primera opción siempre fue estudiar psicología y cuando en mis consultas me encuentro con pacientes que están preparando la EBAU, me gusta volver a aquel momento vital.
Personalmente, no lo viví con estrés ni ansiedad. Recuerdo ir en el bus de camino a la universidad para hacer los exámenes e ir escuchando música con el mp3 que me había regalado mi hermano. No toqué los apuntes en esas horas previas. Miraba a mi alrededor y me sentía en un universo paralelo. No quería conectar con esos nervios y ponía todas las barreras necesarias para evitarlo.
Mis notas de selectividad, mejoraron mi expediente. No es algo habitual, pero subí la nota media de bachiller. Y elegí psicología como primera opción; en Valencia, por supuesto.
Cuando vi mi admisión me sentí satisfecha por el trabajo realizado y viví el mejor verano de mi vida. No solo por la tranquilidad del trabajo bien hecho, sino por todo lo que aquel verano de 2007 trajo a mi vida.
Pero como aquí vamos a quién soy a nivel profesional, ya os he contado cómo llegué a estudiar psicología. Obviamente, hice la licenciatura y comencé mi andadura.
Mi primera toma de contacto estuvo relacionada con las drogodependencias. Las prácticas fin de carrera las hice en AFAD (Asociación de Familiares Afectados por la Droga). Experiencia muy gratificante a la vez que real, pues me hizo poner los pies en la tierra y asentar unas bases en mi perfil profesional, que a día de hoy, aún perduran en mí.
Nunca dudé de mi elección (pese a los suspensos en las asignaturas de estadística). Me incliné por la rama clínica y todas las asignaturas optativas que estudié estaban relacionadas con psiconeurología y psicobiología. El cerebro y su complejidad, mi mayor enigma y motivación.
Al poco de terminar la carrera comencé a trabajar en una clínica de Alicante, cuya especialidad era la Terapia de Pareja. Es mi mayor especialidad y es un ámbito que nunca me canso de explorar, estudiar, explotar y mejorar. Contando, además, con mi experiencia personal.
En ese centro, estuve trabajando varios años. Ahí, me formé en un método específico de terapia de pareja, el cual consiste en trabajar la pareja mediante técnicas de inteligencia emocional. Tuve el privilegio de ser ponente en diversos cursos que impartimos en ciudades como Alicante, Toledo y Valladolid.
Estos años de formación y práctica me impulsaron a montar mi propio despacho. Llegué a hacerlo. Creé mi página web, publicidad, tarjetas… Todo iba muy bien hasta la aparición del COVID que, como a tantas otras vidas, también tambaleó la mía.
Tuve que cerrar el despacho en pleno confinamiento y hacer un paréntesis en mi rol profesional. Pero cuando más difícil se avecinaba, más fácil fue.
Comencé a trabajar en la Clínica Espasana a finales del 2020 y ahí, mi trayectoria profesional, tomó otro rumbo.
Actualmente, estoy al frente del equipo psicológico de Espasana.
Para quien no lo conozca, Espasana es una clínica que atiende múltiples áreas de salud, con un cuadro médico muy amplio. Está situada en Villena y trabaja tanto a nivel privado como también con multitud de compañías aseguradoras.
Mi labor consiste en dirigir el área de psicología, la cual trabaja en consonancia con otras especialidades como nutrición, fisioterapia o cirugía. Formamos un equipo multidisciplinar que, trabajando conjuntamente, nos encargamos de mejorar el bienestar de toda persona que lo necesite.
Tras casi diez años de experiencia en consulta, considero que mi punto fuerte es la empatía.
Si lloras, lloro. Si ríes, río. Si sufres, sufro. Si te enfadas, me enfado.
Porque, cuando te tengo delante, eres mi prioridad y siento lo que sientes. Es maravilloso ser parte de tu evolución y verte crecer.
Ir al psicólogo es algo bueno. Según la persona y su momento vital, parte de una necesidad distinta. Es querer sentirnos bien en nuestro día a día. Y en eso, la psicología, tiene mucho que aportar.
Mi objetivo al escribir estos artículos, es mostrar una psicología llana y accesible. Hablar de sentimientos, emociones y situaciones que a todos nos pasan. Para ello, en consulta, aprendemos herramientas que nos ayudan a afrontarlos y gestionarlos de una forma constructiva.
Porque ir al psicólogo no es de locos, sino de sensatos que quieren vivir su vida de forma más plena, consciente y feliz.
Deseo que esta columna os guste y os ayude a llevar vuestro día a día mucho mejor.